Solemos tener expectativas
estereotipadas para casi todo, y las fiestas de navidades no son una excepción.
Cuando pensamos en las navidades, inevitablemente asociamos ideas como el
reencuentro y el recuerdo de quienes ya no están, la unión familiar, alegría,
celebración, abundancia de comida, compras, pedir, dar y recibir, el cierre de
un ciclo y el inicio de otro nuevo…
Muchas veces queremos que se cierre un
ciclo que dejamos atrás, pero sin actuar de forma que facilitemos la transición
hacia uno nuevo, sino simplemente esperando que se resuelva solo de un día para
otro, como si las 00.00 del día 1 de enero borraran por sí solas todas aquellas
cosas que queremos dejar atrás o cambiar.
¿Cómo podemos aprovechar
estas fechas desde una perspectiva personal o relacional?
En el ámbito personal
- Tomar conciencia de todo aquello que queremos dejar atrás o cambiar con el término del año, como la oportunidad de realmente tomar una postura activa.
- Enfocar el cierre del ciclo como un cierre de nuestra misma actitud frente al problema, es decir, que lo que debemos modificar es la actitud con la que hemos encarado hasta ahora el problema, puesto que la dificultad no va a desaparecer por sí sola. Para que pase algo diferente, hay que hacer algo diferente.
- Poner conciencia en lo que tenemos y somos, en lugar de en aquello que creemos que nos falta o no hemos conseguido ser aún. Es fundamental enfocar lo positivo para partir de las fortalezas que poseemos y no desde las carencias.
- Hacer un balance de todo lo que hemos logrado o hemos mantenido durante el año, en el plano personal, profesional, familiar…
- Agradecer por el presente, por el aquí y ahora.
- Orientar los deseos de año nuevo hacia un desarrollo personal y no material.
- ¿Qué me regalo yo?
- Reflexionar qué quiero y necesito y cómo me lo estoy impidiendo, para poner en marcha un plan de acción.
En el ámbito relacional
Habrá algunas (o varias) personas de la
familia que no nos apetezca ver, y solemos imaginar que aquella reunión
familiar será un momento desagradable e incómodo sólo por tener que compartirlo
con ellas. Además, la incomodidad no es sólo de una misma, sino también del
resto de los miembros de la familia, que perciben la tensión. Estas personas
que no nos caen demasiado bien, pueden ser de la propia familia de origen, o de
la de la pareja...
Si es, pongamos como ejemplo, mi propia tía la que no tengo
ganas de aguantar en la cena, hago un esfuerzo, como llevo toda la vida
haciendo, y cenamos igualmente, pero si ya es el tío de mi pareja, me va a
costar más trabajo ceder para compartir con él la comida, así que espero que
sea mi pareja el que ceda y acepte no comer con él. Es por esto que las navidades pueden ser
un buen momento para sentarnos con nuestra pareja a analizarlo, y negociar y
decidir entre ambos los límites para que no suponga un conflicto cada vez que
se organicen reuniones familiares. Puede convertirse en una oportunidad más para ir creciendo como pareja.
Con respecto a los hijos e hijas, está
bien revisar qué les vamos a regalar y si con eso que le regalamos estamos
intentando suplir algunas necesidades que podemos cubrir de forma no material.
Por ejemplo, intentar incluir juguetes que supongan actividades en grupo, con
los amigos y con los padres y madres…
La persona que ya no está. Sería muy
bonito que se dedicara un momento de las fiestas para recordar a esa persona
querida que ya no está, y si nos apetece, llorar por aquellos abrazos
eternos que nos daba, o reírnos de esa loca aventura que vivimos... Es una buena oportunidad para mencionar momentos o aspectos positivos de esa persona y compartirlo
con el resto de la familia. Dedicar ESE momento para el recuerdo, desde una perspectiva positiva y no desde su ausencia, es darle un sitio a la emoción que nos embarga y que suele entristecernos en estas fechas.
Por último, es momento también de hacer
propósitos de año nuevo. ¿Es que cumplimos todos los del año pasado y
necesitamos unos nuevos? Lo más probable es que no. Pero no pasa nada, los
reescribimos. Eso sí, deberíamos tener en cuenta que las metas que nos
propongamos deben ser asequibles, y ponernos pequeños objetivos fáciles de
alcanzar.
Por ejemplo, si queremos ponernos en forma cuando nunca hemos hecho
ejercicio o deporte de manera habitual, podemos empezar por proponernos ir un
día a la semana al gimnasio, o dos días a caminar. Si nos proponemos ir
directamente 3 veces al gimnasio puede que nos resulte algo bastante más
lejano. Si queremos subir 12 peldaños de una escalera siempre va a ser más
fácil subirlos de uno en uno que de tres en tres.
Tampoco parece muy fácil proponerse
dejar de ser X, siendo más sano precisamente empezar a querernos justo por lo
que somos, con la X incluida.
Empezar a cuidarnos y disfrutarnos por todo lo
que somos.
Desde hoy.
Desde ahora mismo.