Cada cierto tiempo, llegan al psicólogo personas con
mucha confusión, desánimo y vulnerabilidad emocional visible. Aunque éstos sean
elementos comunes a casi todas las personas que buscan ayuda profesional, en
ocasiones, todo el estado en que se encuentra es producto de su necesidad de
echar un cable a tierra, expresar, poner orden, sentir sin culpa y tener a un
desconocido al que compartirle su conmoción.
Hay pacientes que sólo requieren una
sesión. Aunque carece de lógica, sobre todo desde la perspectiva clásica y/o
dogmática de una “terapia”, una sesión puede ser tan potente, que el paciente
percibe su suficiencia y no vuelve.
Sesiones en que se ordenan las ideas, se
entienden los comportamientos, una montaña rusa de emociones en algo más de una
hora, en que si es bien utilizada, se pueden identificar los motivos del
problema, clarificar los deseos, objetivos o metas que la persona tenga y qué
comportamientos debe modificar y decisiones debe tomar para lograrlos.
En una sesión el paciente se lleva un
recorrido por la infancia, una explicación de su pesar, un desahogo emocional
importante, pero sobre todo, claridad. Comprensión del sitio que ocupa y cómo
lo ocupa, y todo aquello que debe hacer para llegar al sitio que busca.
Claridad en todo lo que le limita, en el autoboicot para dificultar su
felicidad, en las excusas que ya no valen, las emociones que calla y el
panorama que ha construido, que ya se aleja kilómetros de lo que realmente
desea.
Una sesión. Para recorrer una vida y empezar
a cambiarla.
*Este artículo no pretende tener una
visión reduccionista ni simplista del proceso terapéutico. Nos inclinamos por
el acompañamiento a la persona durante las sesiones que sea conveniente para
cada caso. Desde luego, lo que planteamos no es aplicable a aquellos casos con
necesidad de atención clínica. Si el objetivo de la terapia se relaciona con el
desarrollo personal, tampoco parece ser suficiente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario